Un hombre o una mujer sentado firmemente sobre un trono y escoltado por dos grandes columnas. A su derecha una espada que le atribuye autoridad para aplicar cualquier pena o catigo. Dicha autoridad se encuentra compensada por una balanza perfectamente equilibrada que le permite ser justo. Se encuentra encerrado y aislado del mundo externo tal como lo muestra el manto violeta a su espalda, quizás precisamente para no contaminarse del juicio exterior y ser justo en su veredicto. Sugiere esta carta a una persona capaz de dar a cada quien lo que merece.